Ahora hablo de aquella sensación que te sobresalta el cuerpo
cuando te das cuenta de que has perdido las llaves de casa o tu camiseta favorita.
Empiezas a buscar por todos lados y aun así. no las encuentras. Entonces, tras
tiempo de búsqueda, te encuentras con cualquier otra cosa que ya habías dado
por perdida, y que después de tanto tiempo, ya ni tan solo recordabas. Ahora
ni si quiera la necesitas, pero hace un tiempo, la necesitabas.
En un momento dado tuviste que decidir parar esa búsqueda,
tuviste que saber decir “ya basta, es suficiente.”. Quizás porque ya no la
necesitabas más o por el simple hecho de que alguna otra había suplantado su
uso.
Creo que hablo en voz de todos cuando digo que tenemos un
inventario, una pila infinita, de cosas que hemos perdido y que todavía esperan
ser encontradas, anhelando ser reconocidas por el valor que una vez les habíamos
brindado.
Y creo – siempre, mas sino la mayoría de veces- que aquí es
dónde yo pertenezco.
Definitivamente, aquí es dónde pertenezco. Dónde quiero
pertenecer. Yo soy aquella nota escrita en una hoja, ahora ya arrugada, que
tienes guardada y no sabes dónde. Aquel libro que te prestaron y del que te has
adueñado sin siquiera pretenderlo. Aquella página de un libro que pasó por tus manos
y que ahora tiene una frase marcada a lápiz. Aquel dibujo rápido que te dieron en clase hundido en lo más hondo de tu cajón.
La esperanza de que, en el día menos esperado, me encuentres y
te recuerde todo aquello que un día te
hice sentir es lo que me hace vivir tal y como vivo.
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